Los parámetros de la estupidez humana

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Introducción.

Toma como referencia las últimas dos o tres semanas de enero del 2002.

Estos últimos días me la he pasado con mi socio y mi hermano trazando estrategias para vender nuestros servicios y posicionar la pequeña empresa que mi socio fundó y a la cual fui invitado a participar.

Y precisamente en estos días he estado puliendo mi autoexpresión y escudriñando mi base de conocimientos y errores para encontrar aquellas cosas buenas que necesito aplicar en dichas presentaciones, procurando hacer las cosas de manera clara, objetiva y a la vez fresca y muy personal (a mi estilo).

Tan embebido he estado en ello que la noche de este 3 de febrero me soñé ante una situación que me hizo despertar y analizarla para darme cuenta del peligro en el cual he estado metido y, gracias a dios, no he pisado.

El sueño.

No sé qué demonios andaba yo haciendo en un Office Max tratando de convencer al gerente/dueño de tomar cierta estrategia para incrementar sus ventas, apoyándose en la tecnología. Él tenía que salir, pero me estaba poniendo tanta atención -o dándome el avionazo de tal forma- que me invitó a acompañarlo a dejar unas cosas a x lugar mientras le seguía presentando mis ideas.

Subí a su coche, un TransAm convertible de dos puertas, y seguí platicándole mi rollo. Llegamos a donde tenía él que llegar, nos bajamos juntos del coche, lo acompañé a cumplir su encargo y cuando regresamos, su coche era de cuatro puertas. Yo no me daba cuenta de ello (no sé si en realidad jamás me enteré que era de cuatro puertas) y me subía en la parte trasera en vez de subirme al frente. Estaba yo tan clavado en mi exposición que no me percaté que me había subido atrás sino hasta que me comenzó a molestar el respaldo del asiento delantero en el pecho. Él, muy obviamente, se percató desde el principio, ya que anteriormente me tenía a un costado y ahora estaba atrás.

Intentaba yo mover el asiento delantero hacia adelante pero no alcanzaba los controles... él me echó una mano y me preguntó porqué me había subido yo atrás en esta ocasión, a lo que respondí:

- Es lo malo de los coches de cuatro puertas...

Cosa que lo hizo arquear una ceja en señal de interrogación.

Si, -aclaré- Generalmente, los coches tienen dos puertas, por lo que cuando uno va a abrir una de ellas para subirse, siempre recorre el costado del carro con la mano, de atrás hacia adelante hasta toparse con la chapa. En esta ocasión me subí atras porque asumí que su coche era de dos y no de cuatro puertas.

Hasta ahí llegó el sueño.

El análisis

Dentro de mi punto de vista en el sueño, la explicación que le di al tipo era válida. Suponiendo que viviéramos en un mundo de idiotas, que todos los vehículos fuesen de dos puertas, y que en la vida todo caminase por los costados, lo primero que uno haría para subirse al carro sería buscar la chapa de la puerta de atrás hacia adelante.

Pero como ni vivimos en un mundo de idiotas (je!), ni todos los vehículos son de dos puertas, y sólo los cangrejos caminan de costado, ese punto de vista cae en lo absurdo.

"¡Ahí está el detalle!"

En mi sueño intenté dar una explicación compleja para disfrazar la estupidez que había cometido. Y fui tan profundo que el tipo me la creyó.

Lo que la situación me dejó pensando es el riesgo que corro de empujar mi carrera profesional hacia un punto en el cual el choro es más importante que la acción, cosa que detesto desde lo más profundo de mi ser.

La otra cosa que me dejó pensando es lo creativo que uno puede ser cuando se enfrenta ante una situación en la cual puede uno quedar en ridículo, arrojando como consecuencia una ridiculez aún más grande.

Y haciendo un recorrido por mi memoria, me he dado cuenta de que no soy el único que ha enfrentado una situación similar aplicada en la vida real... hay por ahí dos que tres amigos que me han dejado con la boca abierta al decir una estupidez con tal de salirse de otra, dejándolos en una situación bastante delicada ante los ojos de aquellas personas a quienes querían impresionar.

Bien dice el dicho que "el pez por la boca muere", y por muy creativo que sea uno a la hora de inventar un pretexto, el mismo subconsciente lo traiciona, termina embarrándola más y haciendo un oso del tamaño del mundo.

Moraleja: no abras la boca a menos que pienses con el cerebro y no con el estómago.

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en feb 4, 2002.

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